Diego, también conocido como Doitor, es un buen amigo con el que trabajé hace ya varios años. Ya no vive en Bogotá, pero cada vez que viene de visita procuramos vernos.
Almorzamos una picada, acompañada con una jarra de cerveza. La primera con empanaditas, chorizo, papas criollas, pinchos de carne, ají y guacamole y la segunda rubia; “lager” precisó el mesero.
El buen clima, un sol picante y brisa en una medida justa, completa la buena escena pues, ¿qué mejor que encontrarse con alguien que uno estima y hablar de todo y de nada, de temas, supuestamente, trascendentales y, otros que no lo son en absoluto?
Me cuenta cómo le ha ido viviendo en otra ciudad, qué proyectos tiene y cómo le ha ido con las mujeres. “Pues Juanma, he salido con varias viejas, pero no sé” se queda callado unos segundos y al final, como a manera de confesión, dice: “Hoy voy para la función del Circo del Sol. Compré las boletas hace rato, pues pensaba ir con una viejita.”
“¿Y con quién va a ir?”, le pregunto.
“Con mi exnovia”, dice al tiempo que suelta una carcajada. Yo si es que no cambio. Yo a esa vieja la quiero mucho.
“¿Y por qué terminaron?”
“Es el momento en que aún no sé. Yo estaba en España y ella me terminó. No se imagina cuanto sufrí con eso; pero ya no me pone ni cinco de atención” concluye.
Sin ponernos de acuerdo, y para ayudarle a pasar ese recuerdo, digamos que ni bueno ni malo, levantamos de forma sincronizada los vasos de cerveza y los chocamos con entusiasmo. En su interior, el líquido se revuelve como un mar amarillo picado.
Pagamos la cuenta, pero nuestros encuentros siempre terminan con un café. Ambos lo sabemos así que, sin decir palabra, nos dirigimos hacia uno. Doitor pide un tinto pequeño y me pregunta qué quiero. Me decido por un capuchino y, ya en la barra, cuando le pasan el tinto, mi amigo pide un vaso con hielo.
“¿Y eso para qué?”, le pregunto. Imagino que tiene que ver con la costumbre italiana de pedir una copita de agua con los expresos pero, en este caso el agua va en su estado sólido.
“Es que yo sirvo el tinto ahí”
“Que va, a ver muéstreme”
“En serio, así suelen hacer algunas personas en la época de verano en España, y luego de vivir allá se me pegó esa costumbre.
Por un instante imagino a Doitor como el personaje de una novela, y que su inusual costumbre sería perfecta para definir algún rasgo de personalidad. Todos, creo yo, somos literatura.
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