Una de mis comidas tradicionales en esta cuarentena, ha sido un perro caliente degradado, es decir un remedo de perro caliente. Me explico: En una sartén frito una salchicha con un mínimo de aceite, hablo de dos o tres gotas; pongo a tostar en el horno una tajada de pan, después le hecho cualquier salsa que me encuentre en la nevera, saco un paquete de papas, y destapo una gaseosa. Que me perdonen los dioses del Wellness y del Fitness, pero a veces me dan ganas de comer toda esa cantidad de chatarra.
Hoy volví a comer lo mismo, y cuando abrí la bolsa del pan, solo quedaban dos tajadas, y una de ellas era la tapa. Dude, por un instante, cuál de las dos tomar, y al final me decidí por la tapa, que suele ser relegada debido, supongo, a su lado no blando.
Que feo es eso, es decir, sentirse despreciado, diferente, que uno no encaja en el mundo. De cierta forma me solidaricé con la tapa del pan y pensé: ¡Aquí estoy para devorarte hermana!, entiendo cómo te sientes.
¿Quién no, en cualquier momento o situación, se ha sentido un extranjero en tierra propia?, ¿quién no ha pensado que no encaja en ninguna tribu? El que diga que no, creo que miente.
Cuando ese desprecio se presenta en grandes cantidades, va quedando grabado en algún lugar de nuestro cuerpo, digamos el subconsciente, que alberga cualquier cantidad de información oscura, indescifrable y que, pienso, es como una olla a presión que en el momento menos pensado nos hace estallar junto a ella.
Estimado lector, la próxima vez que el destino le ponga en su camino una tapa de pan, piénselo dos veces antes de despreciarla. Recuerde que no todo lo que brilla es oro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario