El discurso del cura en el funeral me parece sensato. No habla de forma mística, ya saben, sobre la eternidad y esas cosas, sino que dice que siempre que ocurre una muerte es uno de los momentos más desconcertantes, y que entonces llegan las preguntas: ¿Por qué?
Me hace pensar en el sentido de la vida. ¿Será que tiene alguno?, me pregunto. Llego a la conclusión de que la vida no es más que recibir un baldado de agua fría detrás de otro y que no tiene mucho sentido y que en vez de disfrutar los breves instantes de felicidad, nos la complicamos al tratar de racionalizar todo, de hacerlo entendible.
Pienso en algo que dice el narrador de Temblor la novela de Rosa Montero, que le sigue los pasos a Agua Fría, su protagonista:
“Apenas si somos una mota del polvo cósmico, un minúsculo accidente dentro del caos universal, y, pese a ello, hemos entablado un combate a muerte de nuestra voluntad contra el azar”
“Lo que nos humaniza, lo que nos diferencia de los animales, es precisamente esa desfachatada ambición de ser felices. De controlar nuestras vidas y convertirnos en nuestros propios dioses”
Me acuerdo también de algo que dice Sándor Márai en sus diarios: “La vida es casual, no tiene sentido ni utilidad alguna. La muerte es la consecuencia inevitable de la casualidad, y tampoco tiene sentido ni utilidad.
Pero bueno, ¿para qué matarse la cabeza a punta de preguntas? Imagino que lo que debemos hacer es vivir la vida lo mejor que podamos, teniendo muy en cuenta las primeras líneas de La Carne, otra novela de Rosa Montero.
“La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias: la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir”. Y el momento justo de la acción es tan confuso, tan resbaladizo y efímero, que lo desperdicias mirando con aturdimiento alrededor”.
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