miércoles, 18 de diciembre de 2024

Ya no se puede leer en paz

Son las 5 de la tarde y el calor que hace es desesperante. La ropa se me pega a la piel y gotas de sudor se forman en mi frente cada nada. Ahí estoy, con un librito en la mano y buscando un lugar cómodo para sentarme a leer. No hay ninguna mesa disponible en el bar del lobby, así que me acerco a la barra y le pido a Jorge, el barman de sonrisa luminosa, una limonada con mucho hielo. Apenas me la entrega le doy un sorbo largo, y el líquido frío me refresca la garganta.

Por alguna alineación de planetas, una pareja desocupa una mesa que está al lado de un ventilador. Me abalanzo sobre ella dispuesto a irme a los golpes con quien quiera tomarla. Nadie más la vió o nadie más busca mesa, así que no tengo necesidad de llegar a tales extremos.

Abro la novela, úbico el vaso de limonada de forma estratégica para solo tener que inclinar mi cuerpo para darle sorbos y comienzo a leer. Entonces ocurre lo de siempre: me meto en el mundo de la novela, acompañó a los personajes como un espectador en primera fila y logro bloquear el ruido y distracciones a mi alrededor.

Nada del otro mundo, solo un tipo disfrutando de un momento de lectura. Todo transcurre igual, normal podría decirse, hasta que una voz de mujer rompe mi burbuja lectora: “Perdón, nos queremos sentar acá”. Levanto la mirada y veo a una mujer gorda con un pareo rojo de flores y el pelo mojado. Lleva con un cóctel naranja en sus manos coronado por una sombrillita.

No respondo nada, pero hago cara de: Idiota, ¿no ve que la mesa está ocupada? Acto seguido bajo la mirada y continúo con mi lectura.

Minutos después alguien toca mi hombro con un dedo. ¿Qué le pasa a la gente? Volteo a mirar y me encuentro con un señor más gordo que la señora de hace unos momentos. El hombre no lleva camisa, está en bermudas y tiene otro cóctel en sus manos, una piña colada al parecer. “Señor, vemos que solo está leyendo y tomando limonada. Como mi esposa y yo estamos tomando licor, ¿podría dejarnos la mesa?

“No, no podría”, le respondo y vuelvo a bajar mi mirada. Ya no leo, solo espero el contraataque del hombre y su mujer. “Señor se lo voy a pedir una última vez de forma amable: queremos sentarnos acá”. Esta vez no toca mi hombro sino que toma la mala decisión de cerrarme el libro.

El inadaptado que llevo dentro toma control de mí, la rabia se expande por todo mi cuerpo y con un par de movimientos rápidos me pongo de pie, ubico mis dos manos sobre el pecho del gordinflón y lo empujo. El hombre trastabilla hacia atrás, y cae al piso, al tiempo que se riega el cóctel encima y el vaso se quiebra contra el piso.

Adopto, creo, una posición de pelea, listo para contrarrestar el ataque del hombre, que ahora murmura cosas ininteligibles mientras intenta ponerse de pie.

Jorge acaba de salir detrás de la barra y me dice que esté tranquilo, que no es para tanto, y un par de guardias de seguridad ayudan a que el hombre se ponga de pie.

Ya no se puede leer en paz en estos días.

No hay comentarios: