miércoles, 30 de noviembre de 2016

Visitar librerías

Me gusta visitar librerías, así únicamente vaya a hojear y antojarme de diferentes libros; actividad, dirán algunos, masoquista.

¿Por qué lo hago? de cierta forma me ayuda a tener presente mi mortalidad en índices de lectura; ser consciente que toda una vida, que no resulta ser más que un puñado de años, no basta para leer ni menos del 0,00001% de todo lo que quisiéramos.

Ayer fui a una y la escena es siempre la misma: Estanterías, una tras otra, atiborradas de libros. Siempre camino rápido entre ellas, quizá con algo de angustia. Así lo hice en esta última visita, hasta que la curiosidad me venció y frené en seco para mirar un libro de Italo Calvino. Desde hace mucho tiempo tengo Las Ciudades Invisibles en mi radar de lectura. En un acto reflejo leo un párrafo maravilloso en la contraportada del libro que acabo de tomar: 

“Era difícil hablar […], poseídos por un mar de palabras, enmudecíamos cuando estábamos juntos, caminábamos en silencio uno a lado del otro por el camino de San Giovanni. Para mi padre las palabras debían servir para confirmar las cosas, y como señal de posesión; para mí eran previsión de cosas apenas entrevistas, no poseídas, supuestas” 

A la derecha, “Fuera de la Literatura” de Joseph Conrad me saluda. Las manos me comienzan a picar e intentan sacar la billetera del bolsillo. Abandono el lugar, esperando que mi memoria no me falle en el momento en que quiera recordar los diferentes libros y autores con los que me crucé en esta visita.

Y es que los libros no leídos, toda esa cantidad de historias, información, personajes, enseñanzas que hacen parte del terreno de lo desconocido, que probablemente nunca tendremos la oportunidad de explorar, nos atrae misteriosamente.

Quizás es por eso que compramos libros así nunca los vayamos a leer, porque de forma inconsciente sabemos que en ellos se encuentra la solución a muchos de los temas que día y noche nos enredan la cabeza.

En algunas de esas visitas, sin importar cuantos libros tenga en cola de espera, cedo a la tentación y compro uno nuevo, uno que entra a hacer parte de eso que unos llaman la anti-biblioteca; lugar tanto físico como imaginario repleto de libros que no hemos leído y otros tantos que nunca vamos a leer.

martes, 29 de noviembre de 2016

Rayes raros

Ramos me dice que Jiménez, un amigo en común, le cae bien pero que es bien raro. "¿Raro?,  ¿en qué sentido?" le pregunto. Me cuenta que lo considera algo resentido y que no le agradan mucho sus posturas políticas, pero pues la vida consiste más en estar en  desacuerdo que de acuerdo con las personas; de lo contrario nuestra existencia sería completamente aburridora, pues no existirían los antagonistas, esos personajes esenciales para que las historias tengan y desarrollen un buen conflicto.

"Raro", según la RAE es un adjetivo para calificar  un comportamiento inhabitual, definición que me ubica nuevamente en ese mundo de fantasía donde todo marcha a la perfección y las actitudes de las personas no nos incomodan.  ¿Quién carajos define qué es habitual?

Al cumplir la mayoría de edad en ese mundo, a todos los habitantes se les entregaría un manual de comportamiento en el que está perfectamente detallado, con infinidad de artículos que comienzan con el título"Cómo hacer inserte aquí lo que sea", qué hacer las 24 horas del día. Sería un Manual de urbanidad de Carreño versión 2.0, con todas las actualizaciones necesarias para el estilo de vida caótico y repleto de incertidumbre que llevamos hoy en día. 

Yo también creo que Jiménez tiene uno que otro video raro en su cabeza pero,  ¿quién no?. 

 "En fin cada loco con su tema" le digo a Ramos.  "Si, total, es una buena persona, me cae bien" concluye".

"De acuerdo, igual todos tenemos nuestros rayes"
"Si, yo tengo mis rayes" responde sincero.

Los rayes, mientras no atenten contra otras personas y, de ser necesario, se queden en el mundo de las ideas, son necesarios, pues son los que al final nos quiebran y permiten que nuestra humanidad brille entre toda la basura que deseamos proyectar.

Bien lo dijo Hemingway: "Todos estamos rotos; esa es la manera en que la luz entra".

lunes, 28 de noviembre de 2016

Jack y el Dr. Ibrahim

Hoy, mientras revisaba mi correo electrónico, me dio por pensar que un mensaje importantísimo, que iba darle un giro completo a mi vida,  cayó en la carpeta de Spam.

Esa carpeta tenía 756 mensajes.  Ingresé a ella y paseé la mirada por la pantalla hasta que di con un mensaje de un tal Jack, quien, al parecer, está un poco desorientado.

Jack me cuenta que está buscando amor y afecto. Le gusta la aventura,  trabajar duro, es comprometido y amable.  Desde que su esposa murió  extraña a esa persona especial.  Espera que yo sea alguien que comparta su compromiso con la vida y le gustaría saber si quiero ser esa persona especial  que está buscando.  Desea que lo quiera por lo que es y no por lo que tiene, que no tengo la menor idea qué es.  Considera que el amor puro y verdadero es la base para una relación estable y duradera.  Espera oír pronto sobre mí y que le cuente más cosas.  No sé en que mundo vive Jack, pues nunca hemos hablado.

Su mensaje esta repleto de clichés y lugares comunes.  Me atrevo a pensar que tiene un desequilibrio mental y escribió el mensaje mientras el cuerpo de su esposa se congela en una nevera ubicada en el sótano de su casa.  Imagino que vive en Queens, Nueva Yotk, doy con el correo electrónico de un departamento de policía y les escribo, anónimamente por supuesto, que un tal Jack asesinó a su esposa.  

En fin, decido no ser esa persona especial que está buscando y ojeo otro par de E-mails hasta que llego  al del Dr. Ibrahim.  Hamza Ibrahim me cuenta que trabaja con uno de los bancos líderes en Burkina Faso y que tiene una propuesta de negocios para mi, que nos beneficiara mutuamente.  Al final de ese negocio "sorpresa" me dara el  40 % de las ganancias.  Quiere saber si estoy interesado y, de ser así, que le responda lo más pronto posible para ultimar detalles.

 Al final les escribo a ambos para presentarlos.  Espero que a Jack todavía no lo haya atrapado la policía, pues me parece que el arriesgado negocio del señor Ibrahim, es el método perfecto para que deje de pensar en su esposa muerta, el amor, y demás temas que ocupan su cabeza.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Bolis

Al personaje de una novela le dicen Pirata y le vende comida, porquerías dicen las monjas, a los niños de un colegio a través de la reja.  De inmediato recuerdo a Bolis.  Bolis fue el Pirata de mis años de primaria. Al igual que este nos vendía, de manera algo ilegal, boli.  Wikipedia define ese producto como: "Un tipo de helado elaborado a partir de jugos de frutas naturales o de una solución azucarada con colorantes y saborizantes artificiales"

La verdad de helado tenían mas bien nada.  Era un simple trozo de hielo de diferentes sabores.  Lo de frutas naturales tampoco me lo creo, y si estoy de acuerdo con lo de artificial. ¿Son malos para la salud los bolis? Tal ves sí y de seguro nada nutritivos, pero sabían a gloria después de jugar un partido de fútbol.

Bolis llegaba en su moto y en la parrilla tenía amarrada una nevera. Se acercaba a la reja que daba a la calle y con el mismo tono de voz de los que vocean: "Botella papel" decía: "boliboli boliboliboli" muy rápido.  Vendía boli como pan caliente, dicho que claramente no aplica  en este caso.  Me imagino que, en ese entonces, le iba muy bien con su negocio.  Nunca nadie supo mayor cosa de él, pero era un tipo bonachón, buena gente, que tenía un bigote a lo Vicente Fernández.

Una vez llegó a mis oídos la historia de que en un recreo alguien pateo un balón hacia la calle.  Unos tipos que iban pasando lo agarraron y arrancaron a correr.  El dueño del balón salió corriendo, Bolis lo subió en la moto y arrancaron a perseguir a los ladrones.

Imagino que cada colegio tiene su Pirata o Bolis. Me pregunto si el del mío todavía vive.  Fue un personaje importante, sobretodo para los que se la pasaban prendidos a esos tubitos de plástico y parecía que no se alimentaban con nada más.  Algún día tengo que probar nuevamente un boli. 

jueves, 24 de noviembre de 2016

Exageraciones

Como internet sabe qué nos llama la atención, me hace caer en una página de la universidad de Stanford.  Navego un rato por ella y doy con una Maestria que me interesa. Me cuento una historia y me visualizo en ese campus con una mochila (maleta, pero utilizo la otra palabra porque mi fantasia es la escena de una película).

Me dejo caminando el campus, voy tarde para una clase, mientras vuelvo a la realidad.  Decido averiguar cuanto cuesta estudiar allá.  El precio de un año que incluye: viaje, gastos personales, libros y materiales, servicio médico y cuarto con tablero (gracias por ese último  detalle) equivale a la medio pendejadita de $66,696 dólares.

No quiero fulminar a ese personaje que ya salió de clase y ahora charla, sentado en el pasto, con un grupo de amigos, y evaluó diferentes opciones:  ¿Soy hijo de un jeque? No,  ¿Soy Jeque? tampoco, ¿ahorros? no me alcanzan, ¿Préstamo? no lo voy a pedir.  No paso la cifra a pesos colombianos por pura pereza, pero es claro que es un cojonal de billete; una exageración, pero hoy en día, aceptamos una tras otra sin chistar.

En la tarde me encuentro con mi hermana y le digo que me preste plata para la Maestria.  No tiene, y si la tuviera no creo que me la prestaría.  Hablamos un rato y me cuenta sobre un documental de un tipo joven que llego a Estados Unidos, a vender botellas de vino,supuestamente muy fino,  chiviadas,  por  más de 100.000 dólares.  Necesito primero adquirir y luego vender dos de esas botellas  para hacer mi Maestría.  Ahora ubico a mi yo de película en las islas griegas.  Ya me gradué e hice un viaje con los 66.608 dólares, el saldo de mi exitosa venta de las botellas de vino.  Hago el viaje por dos motivos, por placer y para escapar del mafioso a quien le vendí las botellas.

Aparte de los jeques y sus familiares, imagino a Messi haciendo la maestria.  Ahora quieren comprarlo;  los interesados, deben primero pagarle  una cláusula al Barcelona por 250.000.000 millones de euros y luego mirar qué les va pedir el jugador.

Imagino que cada exageración debe tener su contrapeso, por eso es que mil millones de personas viven, que digo, sobreviven con menos de un dolar al día. 

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Café con dos cucharaditas de envidia

Dos mujeres llegan a un café.  Una de ellas, de pelo negro y largo, lleva una camiseta azul rey y un pantalón negro. La otra, de pelo claro con mechones oscuros distribuidos, al parecer, aleatoriamente con una brocha, lleva puesta una chaqueta de color beige.

Ninguna de las dos tiene más de 40 años.  La primera, de cejas pobladas, que le dan aspecto de estar malgeniada, le pregunta a su amiga: "Qué es un White Mocha?". "Una bebida hiper-calórica".  "Ahh entonces no voy a pedir eso", concluye la aparentemente malgeniada. 

Voltea a mirar a la cajera, y con una sonrisa algo forzada le dice: "A mí dame un Latte" y luego se enfrascan en un breve, casi mecánico, intercambio de palabras para definir el tamaño, tipo de leche y si lo quiere con algo por encima.

A la otra le importa un bledo el tema de las calorías y pide el White Mocha. Mientras espera el pedido y para darle un último respiro a  la conversación que llevaban que esta a unto de agonizar, dice en un tono indignado: "y Daniela nunca terminó con el novio,  ¿no?".

La del Latte, pelo negro o malgeniada, identifíquela como quiera estimado lector, responde instantáneamente: "No, y montó una empresa, o más bien se asocio con un man"

"¿Ah si?" responde la otra, al tiempo que abre los ojos, tal vez cuestionando sus dotes de emprendedora, mientras odia a Daniela, a su amiga, al Latte, a la cajera, al white, black, blue, pink mocha, y al mundo con su desmedido despilfarro de injusticia.  

Parece que las calorías de su bebida se le fueron directo al organo que procesa la envidia, que bien podría ser el hígado. 

martes, 22 de noviembre de 2016

Conversaciones pequeñas

Con Small talk los gringos se refieren a esas conversaciones sobre cosas que no son importantes entre personas que no se conocen bien.  Todos, a veces, somos buenísimos para ese tipo de charla cuando lo mejor sería quedarnos callados.  Hablamos sobre el clima, el tráfico, la noticia del momento y cualquier otro tema fofo que que le apunte a conversaciones ligeras.

Un fin de semana llegué a un café y me puse a leer.  Al rato llegó un grupo compuesto por 8 personas: 5 mujeres y tres hombres, dos de ellos abrieron sus computadores y le dijeron a la mesera: "vamos a almorzar, pero primero vamos a trabajar un rato". 

Una rubia del grupo que me recordó, por el color de su pelo, a Glorfindel the golden haired, uno de los elfos más poderosos de la Tierra Media,   sostenía en sus manos unas hojas que, al parecer, eran conclusiones y comenzó  a leer en vos alta su contenido.

Alcancé a escuchar que la discusión se centraba mucho en temas como la libertad y la responsabilidad.  En un momento la pariente de Glorfindel leyó fuerte y claro: "La religión y el esoterismo eliminan la responsabilidad".  Me imagino que hacían referencia a lo fácil que es para nosotros, achacarle los  eventos que no entendemos a nuestras creencias solo porque sí.

Me interesó su discusión pues todos participaban activamente y se notaba que tocaban los temas de manera profunda. Dejé de ponerle atención al grupo, pues me era difícil escuchar claramente que decían, y muchas de las cosas que dijeron me dio pereza  analizarlas.

Hay una frase del poema "La Invitación" de Oriah Mountain Dreamer que dice: "Quiero saber qué es lo que te sostiene a ti, desde adentro, cuando el resto de cosas se desmoronan".

 Eso, quizá, nos hace falta al momento de conversar, intentar escarbar un poco en nuestras palabras y en las del interlocutor, con el fin de averiguar sobre esos temas que nos apasionan y mueven en la vida.  

lunes, 21 de noviembre de 2016

El closet

Sara Siempre ha asociado los closets con la muerte. De noche, cuando era pequeña, la ropa que colgaba de los  ganchos se transformaba en cadáveres.  Dudaba si el fenómeno  ocurría en verdad o era un truco de su imaginación, pero igual se escondía debajo de las cobijas y rezaba como loca. Le pedía a Dios que su ropa no la fuera a atacar en medio del sueño.  

Al crecer otras rutinas fueron ocupando sus noches y ya no sentía tanta angustia, pero siempre se aseguraba de cerrar las puertas del closet antes de dormir.

Para ella, los closets no eran más que entidades resentidas y cargadas de odio;  esos rincones del hogar que nadie desea mostrar y en el que se acumula basura con el pasar de los años; objetos que ya no sirven pero que se se guardan bajo la peligrosa consigna de "por si acaso".  Es así como ese espacio se va cargando lentamente de energía negativa y quién sabe de que otras cosas.

Un día su madre la sorprendió con una sorpresa.  Había instalado un gran espejo en una de las paredes de su cuarto.  Ese día Sara fingió emoción y le regalo una sonrisa que reprimió su preocupación.  Tenia claro que un espejo y un closet, en una misma habitación, eran una combinación mortal;  pues sabía que, el primero, tiene la facultad de abrir portales a otros mundos y permite que seres malignos ingresen a nuestra dimensión. 

Está cansada.  Hay noches en las que se no pega el ojo por pensar en el tema y vigilar el susurro de las prendas de vestir muertas, valga la aclaración, dentro del closet. Cuando sus niveles de autosugestión se disparan, asegura escuchar ruidos y voces dentro del closet, e imagina a esas prendas de vestir, que poco se pone, conspirando en su contra, con la ayuda de seres de otras dimensiones, que lentamente se filtran a través del espejo.

jueves, 17 de noviembre de 2016

La mamá de mis no-hijos

Justo en este momento, no digo “etapa de mi vida” pues suena a frase acartonada que tantea los terrenos del cliché, no deseo tener hijos. Está claro que, a futuro, es una postura que puede cambiar, pero decir que la vida va a ser diferente resulta obvio; el cambio está presente a todo momento en nuestros asuntos, sino que, a veces, preferimos ignorarlo. 

Cuando conozco a una mujer que me llama la atención, inmediatamente la catalogo como la mamá de mis no-hijos, de unos seres, no seres claro está, que existen en mi imaginación pero que carecen de cualidades antropomórficas; son como un gas que intenta solidificarse en un rostro.

Quizá le prestamos más importancia al mundo de lo inexistente que al real, a esos eventos imaginarios cargados de fantasía que abundan en nuestras cabezas; complementos de nuestra realidad y tan necesarios como la energía del trozo de pan que comemos al desayuno, que igual nunca vemos. 

Lo ideal sería que la mamá de mis no-hijos, también me viera como un padre de los -suyos,  sus no-hijos para estar claros, pues creo que es más fácil establecer comunicación y tener una no-familia, con quien comparte una postura en común.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

El ojo de la cerradura

Miró por el ojo de la cerradura y olvidó todo en ese instante: quién era, que hacía, donde estaba, fue cómo caer en el pozo de la inconsciencia . Al rato, imágenes en desorden comenzaron a llegar a su cerebro.  Logro hilarlas de alguna manera para contarse una historia:

Esa noche, un amigo lo invito a quedarse en su casa.  Acepto de inmediato al recordar la atractiva figura de Julia, la  hermana de su compañero.  La idea de dormir bajo el mismo techo lo estimulaba.

Habían pasado cinco años desde su graduación, y decidió restarle importancia al paso del tiempo que lentamente acaba con todo, incluso con los recuerdos; en su mente ella permanecía intacta.

Llegaron felices y pasados de copas, bebieron una cerveza más en la cocina, acompañada de un par de anécdotas , hasta que por fin decidieron irse a la cama.

La oscuridad, complice de los más íntimos secretos, le produjo un deseo morboso que pronto se apoderó de él. Se levantó con resolución de la cama, subió las escaleras sin hacer ruido y caminó entre sombras amenazadoras a ambos lados, producto de la luz de los postes en la calle, por el amplio pasillo del segundo piso.

Ahí tenía justo enfrente de él,  la puerta de la habitación de Julia.   La luz del cuarto estaba encendida. Se sintió ridículo, al deambular en ropa interior por la casa  de su amigo, pero pronto Julia ocupo todo el espacio de su mente.  Se la imaginó recostada sobre la cama con un baby doll negro y fumando un cigarrillo.  En su fantasía ella lo estaba esperando.  Ambos compartían un secreto de amantes cómplices. 

El sonido de la puerta de la nevera lo trajo de vuelta al tedioso presente.  Al parecer, su amigo se levanto por un vaso, no de agua, le parecía simple que las personas se levantaran a beber agua en las noches. Como era su fantasía decidió que él   se servía un vaso de whiskey.

 "¿Y si subía y se lo encontraba?", pensó. Se quedo quieto e intentó adoptar  las propiedades inertes de los objetos que lo acompañaban en ese momento: una mesa, una lampara y un cuadro, un retrato familiar.  Espero un par de minutos hasta que el silencio nuevamente reinó en en el ambiente.

El ojo de la cerradura era el medio perfecto para culminar su inocente y decidida travesía. El mecanismo de metal  era la metáfora perfecta que representaba sus profundos deseos de espiar la vida de Julia sin ser descubierto, de enterarse de eso que, se supone, no debería saber.

Ubicó su cara enfrente de la puerta  y cerró el ojo izquierdo, mientras abría el derecho, ubicado en el ojo, de forma exagerada.   ¿Qué quería encontrar?, presenciar una fracción cruda de la vida de Julia, verla sin ninguna mascara, en su estado primordial, indefensa pero hermosa.

Se alejó de la puerta y se pellizco un brazo para descartar la posibilidad de estar en un sueño. Se volvió a acercar y sus sentidos y lógica no eran capaces  de procesar el momento.  Al principio creyó ver nada, luego ella apareció, no en el baby doll negro que imaginó sino recostada sobre su cama con  una sudadera rosada leyendo un libro.  

Justo cuando más se deleitaba y relamía de esa visión celestial, la oscuridad hizo presencia. 

"Espiar a las personas, sin importar cuál sea el  ojo de la cerradura que utilicemos, tal vez es acercarnos a la muerte.  Algunos terrenos es mejor dejarlos inexplorados" pensó. sintió que la mesa, lámpara y el cuadro se burlaban  en silencio. 

martes, 15 de noviembre de 2016

El escritor

Llegó a su casa y prendió el computador. Lo había dejado en modo de suspensión asi que la pantalla se encendió al instante. Pensó en las ganas de inmediatez que tienen los seres humanos para abordar cualquier asunto "Queremos que todo pase ya, en un único instante, que nada tenga estados. El afán nos va a matar algún día", concluyó para sí mismo.

Su esposa dormía así que no prendió la luz del techo, esa que tanto odiaba cuando el era quien se encontraba en la cama, sino la lámpara del escritorio, un regalo de  Camila, una vieja amiga, a quien creyó su alma gemela hasta que ella misma le presentó a Catalina, su esposa, quien sabe si para quitárselo de encima.

Catalina ya rondaba los 35 y estaba desesperada por casarse.  Salieron un par de meses, e igual de fácil a que 2 más 2 suman 4, se comprometieron, pues  "¿qué había que perder?" le preguntaban sus amigos.  La presión social termino por doblarlo y le propuso matrimonio.

Escucha una moto que pasa a gran velocidad por la calle.  Imagina que el hombre que la maneja va sin casco y cómo el viento le golpea en la cara.  Decide que es un gigolo supremamente atractivo y lo envidia, pues está casi seguro que va hacia la casa de una de sus clientas.

Frena en seco todos su pensamientos y escribe otras líneas de su novela:

"Juro por Dios que nunca sospeché de nadie más que Ambrosio Luna Riveiro.  Quiero que quede claro que siempre me desarmo con su despilfarro de ingenuidad"  

Dice Juliana, su personaje principal basado en Catalina.  Él juega con la idea de ser Ambrosio, pues este quiere eliminarla.  No tiene claro como implementar esa muerte en su novela. Ve un homicidio como una salida fácil y quiere, no sabría decir por qué, que su novela sea compleja.

"Qué es una novela compleja?" se pregunta ahora

Se supone que la noche, con el silencio como complice, es uno de los mejores momentos para escribir, pero ahora unos perros no paran de ladrar en un garaje cercano y la alarma de un carro se disparó. Ambos incidentes parecen estar ligados, seguramente la alarma se activó, lo que hizo que los perros comenzaran a ladrar.  

En medio de lo complicada así debería ser la trama de su novela, cristalina, redonda y limpia, casi obvia. Un evento de acción y reacción como el de la alarma y los perros.  

Ahora tiene sueño y muchas dudas sobre su novela.  Tal vez mañana escriba uno de esos tontos artículos de cómo hacerlo: "7 cosas que debes hacer cuando dudes de tú novela" o algo por el estilo. 

Apaga la luz y el computador y siente ganas de asomarse a la ventana para fumarse un cigarrillo, pero recuerda que leyó una escena similar en una novela y la tildó de cliché.  Se quita el pantalón, se deja la camisa y se tumba al lado de Catalina que está profundamente dormida y no se mueve.  Fantasea con la idea de que esté muerta. 

lunes, 14 de noviembre de 2016

Quieto

A eso de las 7 de la noche caí en cuenta que hoy era Lunes. En varios momentos del día pensé que era domingo. Dado que en este blog intento escribir de lunes a viernes, me pregunté "¿sobre qué voy a escribir hoy?" inquietud que no me había planteado por aquello de creer estar ubicado, espacio-temporalmente, en otro día.

A esa pregunta le siguió otra, que me planteé con pereza "¿Voy a escribir hoy?" Para no perder el impulso, si es que había alguno, prendí el computador; perdí algo de tiempo revisando el correo, redes sociales, una que otra página que se me atravesó, hasta que por fin ingresé a Almojábana con Tinto.

Me quede quieto y mire la pantalla por varios minutos.  Repasé varias ideas pero ninguna me llamó la atención. 

Una vez en una sesión de un taller de creación literaria participé y dije que  un dia perdido para mi era aquel en el que no escribiera o leyera algo.  Fue un comentario algo fantoche al que el escritor que dictaba el taller respondió: "¡Uy! entonces yo he perdido muchos días de mi vida".

Hoy quería escribir algo, lo que fuera, no por considerar este lunes festivo un desperdicio si no lo hacia, sino sólo porque no quería comenzar la semana sin hacerlo, pero no habría pasado nada si me hubiera quedado quieto, mirando la pantalla, y decidía apagar el computador.

Quedarnos quietos es un concepto completamente subvalorado en la sociedad actual, repleta de eficiencia y productividad.  Siempre tenemos que estar haciendo algo: trabajar, estudiar, emprender, salir, hacer planes, etc. y si no pues algo anda mal con nosotros, que no estamos a la par de la velocidad de este mundo caótico. 

A veces quedarse quieto es la mejor opción, sin importar si es o no una sálida fácil. No hacer nada es liberador y una posible solución a cualquier asunto que nos raye la cabeza; asi que, estimado lector, dese la oportunidad de quedarse quieto.

viernes, 11 de noviembre de 2016

Ellos y nosotros somos todos

Ese es tal vez uno de nuestros mayores problemas.  Tendemos a clasificar a las personas en grupos: los del SI y los del NO, los que votaron por Trump y los que lo hicieron por Hillary, así hasta llegar a asuntos tan insignificantes como a los que les gusta la Coca Cola o la Pepsi.

El hecho es  que todos somos humanos e independiente de nuestras condiciones sociales, somos la misma vaina, seres a los que el amor y la muerte son temas que constantemente les raya la cabeza, es decir, a la larga compartimos los mismos miedos y ansiedades y, por qué no, también ciertas alegrías.

Apenas creamos los bandos: ellos y nosotros, juzgamos y, claro, como siempre, nosotros somos los que tenemos la razón y ellos, pues es mejor que se unan a nuestra causa o si no que  se callen y se jodan en su ignorancia. 

Otra vez el jodido punto de vista que comprime nuestras mentes, mientras lo que deberíamos buscar es la creación de narrativas incluyentes y no lo contrario; narrativas que levanten nuestro espíritu y que nos hagan sentir parte de un todo que quizá nunca llegaremos a comprender del todo. 

La meta es eliminar las palabras "Ellos", "Nosotros", para utilizar "Todos".

jueves, 10 de noviembre de 2016

Hablar con extraños

Voy por la calle y quiero hacerle una pequeña entrevista a alguien, no importa quien, sin  llegar fastidiarlo, por eso me demoro en seleccionar a la persona indicada. Son las 6 de la tarde y todos camina de afán, cada quién está inmerso en su mundo interno, rumiando sus aciertos, triunfos y/o derrotas del día, el año o toda una vida.  Veo una mujer bajita que va unos pasos delante mio.  La llamo: "Señora, señora".  Cuando estoy a punto de repetir la palabra una vez más ella frena, se voltea y me pone atención.  

Abre sus ojos, de color negro, y me mira con cara de sorpresa.  Le explico en que consiste mi proyecto de escritura y acepta que le haga las preguntas.  Cuando termino y creo que no va a hablar más, comienza a contarme una historia, con varios detalles, sobre su primer amor.  Después de 14 años se reencontró con ese hombre y  luego vivieron durante 6, hasta que se separaron.  Me dice que todavía se quieren mucho pero que ya no se buscan.  Le doy las gracias, me despido y ella también lo hace con una gran sonrisa.

Aunque sea difícil de creer,  las personas, casi siempre, están dispuestas a hablar. Todos llevamos miles de historias encima que nos gustaría compartir, pero nadie se atreve a preguntarnos algo.  Es asombroso cómo una sencilla pregunta permite que las personas hablen de forma sincera.

Tal vez, hablar con extraños es algo que nos hace falta; contarle a completos desconocidos sobre esos asuntos que nos taladran día y noche la cabeza, pero que mantenemos en secreto frente a nuestros amigos o familia.  

Saber que la otra persona no puede sacar ningún tipo de ventaja sobre la información que le suministramos  y que, probablemente, nunca la vamos a volver a ver en la vida, es algo realmente aliviador.

miércoles, 9 de noviembre de 2016

Hermanos Grimm

Uno de los primeros libros que tuve fue uno de historias de los hermanos Grimm. Era de pasta dura y  tenía en la portada, al fondo, un dibujo de una casa de campo en medio de un bosque y un personaje en un plano cercano.

Desde que me lo regalaron me cautivó mucho, porque a diferencia de los otros libros que tenía, su interior estaba repleto de letras y no tenía dibujos. 

Recuerdo que nunca lo leí con mucho orden, es decir, ojeaba un par de páginas y luego me distraía con cualquier cosa, con las carreras que hacía con todos mis carritos de juguete, por ejemplo, una de mis actividades favoritas en ese entonces.

En esa época pasaba mucho tiempo sólo con mi mamá. Mi papá trabajaba en otra ciudad y mis hermanos estaban en el colegio. En las mañanas, cuando me aburría de jugar en mi cuarto, me aparecía en la cocina, casi siempre con una hoja en blanco, me sentaba en la mesa y le pedía ideas a mi mamá sobre qué dibujar, "¿mamá qué dibujo?"

Un día decidí cambiar esa rutina y lo que llevé fue el libro de los hermanos Grimm. Le pedí a mi madre que me dijera un número, abrí el libro en esa página y comencé a leer sin importar si el cuento  en el que caía iniciaba, iba por la mitad o estaba a punto de acabar. 

No sé por qué, pero de cierta manera me gustaba la aleatoreidad y el permitirme un poco de desorden en la lectura. Tal vez algo levemente similar a lo que pensó Cortázar al escribir Rayuela: "un largo camino de negación de la realidad cotidiana y de admisión de otras posibles realidades, de otras posibles aperturas."

martes, 8 de noviembre de 2016

Personaje

Es la 1 de la mañana. Leo.  Leer a esa hora es agradable porque el ambiente está casi en completo silencio y logró concentrarme mejor en la lectura. Un perro ladra en un parquedaero del edificio de enfrente.

Vuelvo a la lectura, algo le ocurre a uno de los personajes principales.  No me lo esperaba.  A lo largo de la novela me relacioné de cierta manera con él,  celebré sus aciertos, apoyé sus causas y forma de actuar.  

Sé que solo es un personaje que hace parte de un mundo de ficción, pero el giro de la historia me afecta un poco, no al punto de hacerme llorar  o que me obligue a mecerme de atrás hacia adelante como un loco, pero si hace que me plantee muchas preguntas; me invita a mirar el mundo desde un punto de vista diferente.

Vuelvo a leer la página, esperando encontrarme con otras letras, otros párrafos que cuenten algo diferente, pero no, confirmo lo que ha pasado en la historia.  "¿Y ahora qué?" me pregunto.  Es tarde,  o más bien muy temprano,  y decido dejar  el 20 % restante del libro para más tarde.

Si  la muerte de un personaje de ficción logra generar ciertas emociones en un lector, resulta difícil comprender cuanto le cuesta al  autor matarlo.  El escritor de la novela que leí, duro 10 años escribiéndola, tiempo en el cual, imagino, ni un solo día dejó de pensar en su obra y los elementos que la componen. 

Los personajes se convirtieron, más allá de su creación, en "amigos invisibles" que entiende a la perfección, pues conoce todos sus rasgos de personalidad y cómo reaccionan ante diferentes situaciones.  

lunes, 7 de noviembre de 2016

Mecánica

En segundo semestre, los viernes, de 4 a 6, tenía laboratorio de física mecánica en el que hacíamos diferentes experimentos.  Recuerdo, fácilmente, un carril de aire sobre el que deslizábamos una serie de objetos de diferentes materiales, imagino que para hacer cálculos de fricción, la verdad ya no recuerdo bien,  fue poca la atención que puse en esas clases.

A esa hora, yo y los integrantes de mi grupo sólo teníamos una cosa en mente: tomarnos unas cervecitas en un lugar al que, después de un tiempo, denominamos The Place. El sitio quedaba en  una casa y ocupaba el segundo piso; en  el primero ponían vallenato. 

Nos hicimos asiduos clientes del bar, desde una vez que, ya con varias  cervezas en la cabeza, de repente sonó Carrie y, mediante un acuerdo en silencio, casi telepático, decidimos gritar a todo pulmón el coro de la canción, para luego estallar en la típica risa de persona prendida.

Era un tema que no podía faltar en nuestras tardes de Viernes; tardes sencillas, poco pretenciosas y muy divertidas.  La vida en ese entonces parecía mecánica, automática, sin rasgos de caos o preocupación.

Luego de nuestras tanda de cervezas, cuando nos sentíamos lo suficientemente prendidos, salíamos a comer empanadas con mucho ají, dizque para que nos bajara la prenda.  

El plan, creo, murió ese semestre; en los siguientes nuestras clases no coincidieron y luego, como ha de ser, la mecánica de vida de cada uno cambió.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Camila

Un asunto, tema, algo le taladra la cabeza.  A veces no confía en lo que piensa.  Siente que sus ideas explotan y la amputan mentalmente.

Agarra su chaqueta y sale a caminar.  Caminar y dormir son las únicas actividades que resetean sus sistema. 

 ¿Para dónde voy? se pregunta. Mira como caminan las personas; se ven tan decididas en su andar que siente envidia de ellos.

Llega a un parque repleto, al parecer, de personas decididas que pasean a sus perros y dejan que sus hijos jueguen en los columpios. Se ven felices.  Camila piensa en la decisión de no tener hijos que tomó hace mucho tiempo.  De pronto es la variable que le hace falta a la ecuación de su vida pero, de ser así, prefiere dejarla sin resolver.

Entra a un café y pide un capuchino.  Luego se sienta en una banca y le da el primer sorbo.  Está fuerte. La barista, por iniciativa propia, le espolvoreo canela, chocolate, cuanto producto se le puede echar a esa bebida.  A Camila no le gusta ninguna de esas adiciones; siempre lo pide "limpio", como a ella le gusta llamarlo, pero en esta ocasión lo olvido.

Maldice mentamente y le cuesta pasar cada sorbo.  Preferiría botarlo, pero es pecado botar la comida.  ¡Pecado! se grita mentalmente, un concepto que nos ha jodido la existencia desde tiempos inmemoriales.

Un perro se acerca a oler su vaso de café que está sobre la silla.  Camila mira al dueño e intenta decirle, con un gesto que siente le deforma la cara: "agarre su puto perro".  El hombre dice algo que debe ser una disculpa, pero Camila no lo escucha. Tiene puestos los audífonos con un alto volumen.  Piensa que todos somos como el perro de ese hombre; metemos el hocico donde no debemos.

La canción que llega a sus oídos hace que sus pensamientos se esfumen.  Es una pieza instrumental de bajo, guitarra y batería repleta de destiempos.  Suena como si cada instrumento quisiera anular el sonido de los otros, toda una batalla de notas y armonías.

No recuerda haber escuchado esa canción.  Mira la pantalla de su reproductor: "Fracture" se llama.  A pesar de la sensación de entropía que le genera, Cree que hay un orden oculto dentro del caos musical.

Unas gotas golpean su cabeza.  Es hora de volver a casa.

viernes, 4 de noviembre de 2016

Luna

Los ojos de Luna son de color negro,  profundos.  Cuando le hablas te miran y presientes que su cabeza procesa mil cosas al tiempo: tu lenguaje corporal, el clima, el ruido del medio ambiente, lo que dices, etc. Debe tener unos 20 años.  La piel blanca hace un lindo contraste con el color, también negro, de su pelo largo, que está recogido en una cola de caballo.  Su cara tiene facciones finas y manchas que parecen de carbón.

Son las 6 de la tarde pasadas y mientras las personas caminan apresuradas, tratando de alejarse, lo más rápido posible, de sus oficinas, a ella todavía le quedan varias horas para terminar su jornada que arranca a las 6 de la mañana.

Lleva una sudadera gris gastada y un saco de color violeta que está muy sucio.  Trabaja como recicladora.  La ayudo a llevar un colchón y una base de cama al lado de unas canecas, que revisa  junto a un hombre que lleva puesto un overol azul.



Hacemos dos viajes.  Le pregunto que cuál es el recorrido que hace y cuántas veces a la semana.  "Vamos desde Las Cruces hasta la 170 los Martes, Jueves y sábados" responde.



Saca su celular y habla con su Tía.  Es con ella y otra amiga con las que organiza su negocio de reciclaje.  Alcanzo a escuchar cuando la tía le pregunta  sobre el el colchón y si está bonito.  Luna se da cuenta me mira y se ríe,  "Si, ahorita hablamos" le dice y cuelga.


 "Pero tienen carro, ¿cierto?" le pregunto
 "Si, una camioneta"  
"Y antes de la camioneta era pura infantería?"
Me responde con un "Noooo" que oculta un "¿cómo se le ocurre? "hacíamos el recorrido en zorra y con un caballo.  Luego nos cambiaron el caballo, se lo llevaron a una finca, y nos dieron la camioneta".

Quiero conocer más sobre su vida, no sobre su actividad de reciclaje, sino qué le gusta hacer, a qué se dedica los días que no trabaja.  Imagino que tiene muchas historias interesantes que contar. Le pregunto su nombre y luego sobre el costo de un caballo.  Tal vez no esperaba esa pregunta, pero no la conozco, no quiero fastidiarla y fue lo que me llegó a la mente en ese momento.

"Como 5 o seis millones"
Cuando dejamos la cama al lado de las canecas me despido de ella.  Sonríe y me dice: Que Dios lo bendiga".

jueves, 3 de noviembre de 2016

Suspirar

Hoy suspiré. Alguien que estaba cerca me preguntó: "¿Y ese suspiro qué?". No supe qué responder, pues ¿qué encierra un suspiro realmente? Lo más fácil , como muchas veces, es acudir a los eruditos y lingüistas de la RAE, pero estos se lavan las manos facilmente al definir suspirar como: "Querer algo o a alguien intensamente".

Esa definición, de carácter sentimental, aplica para dos personas que se quieren, pero limita el suspiro a ese acto. y queda coja pues parece que el acto de suspirar encierra muchos otros aspectos y emociones difíciles de definir. Creo que un suspiro también es una válvula de escape para nostalgias y tristezas que deben salir de nuestro sistema.

También puede ser que un suspiro no sea más que un mecanismo corporal para regular la respiración cuando esta se desfasa; me imagino que ya habrán echo estudios científicos sobre el tema.

Por último pensé, especulando aún más, que en un suspiro liberamos un pedacito de alma, pero como esa es otra palabra aún más compleja , al final decidí que más bien un suspiro es como morir un poco o envejecer.

Igual no hay razón para alarmarse o dejar de suspirar, y no hay duda que la sensación de alivio que deja un suspiro es muy placentera.

miércoles, 2 de noviembre de 2016

Algunos perfiles de Juliette

Hoy me encontré un cuaderno de Juliette.  Ella estuvo conmigo en un par de cursos de Alemán y en el último me quedé con su cuaderno.  Como la mayoría de cuadernos  de las mujeres, el suyo está muy ordenado y tiene letra clara. Las páginas tienen escritas las conjugaciones de diferentes verbos, cuadros de preposiciones enmarcados en color morado (este y el negro son los único que utilizaba), y las anotaciones típicas de una clase en otro idioma.

Decido mirar las últimas páginas del cuaderno, no sé por qué espero encontrarme con algún aspecto desconocido de su vida.  Así nos comportamos a veces, es como si quisiéramos mirar la vida de alguien  a través del ojo de una cerradura.

Voy al final de su cuaderno pero, como era de esperarse, no encuentro nada.  Uno tiene que ser muy bobo para escribir, en la última hoja de un cuaderno,  acerca de esas incógnitas que lleva encima.

Lo que si encuentro son pequeños párrafos  sobre perfiles de personas. Está, por ejemplo, el señor Joseph Greiner, un carpintero de 54 años que ha vivido durante 40 años en el mismo sitio y que se siente como en casa cuando puede hablar en su dialecto.

Otro párrafo nos cuenta sobre Sabrina Graf.  Graf es una diseñadora de modas que vive entre Berlin, Paris y Londres que, a diferencia de  Greiner, se siente como en casa cuando utiliza su portátil.
Rosana Rosi (Derecha)
 con algunos personajes
del libro Optimal


Jueliette también escribió sobre Rosana Rosi, una profesora que nacio en Bohlen y que visita su tierra natal cada vez que visita a sus padres.

El último personaje de este pintoresco grupo es George W. Adoube, un jugador de fútbol que   tiene 27 años y nació en Ghana. Él siente mucha nostalgia al estar lejos de su familia y sus amigos.    

Queda Claro que los rasgos de vida de estos personajes son productos de la imaginación de Juliette, basados en una de esas fotos impersonales del Optimal, el libro guía que manejábamos en clase.

martes, 1 de noviembre de 2016

Fantasmas

Hace tiempo  un amigo desapareció de un momento a otro.  Lo busqué un par de veces pero nunca logré establecer contacto con él, hasta que me aburrí y dejé de llamarlo.

Un día me lo encontré cerca a mí casa.  Tenía una entrevista de trabajo por el sector y me saludo como si nada.  En medio de la charla, le pregunté que si algo le había molestado, qué se yo, quién sabe a cuantas personas ofendemos con micro-actitudes a las que no le damos ninguna importancia.

Se rió y me aseguró que no, que había estado muy ocupado pero nunca supe en qué, No habló sobre sus asuntos en esa ocasión.  Nuestra charla, más bien sonsa y repleta de lugares comunes, sólo duro unos minutos y quedamos de tomarnos unas  cervezas el siguiente fin de semana.  Nunca apareció,  sin pena ni gloria se convirtió en un fantasma.

A veces me pregunto en qué andará y si en algún momento tuvo problemas; en resumidas cuentas que fue lo que lo obligo a no volver a hablar conmigo. No es algo que me quite el sueño sino simple y mera curiosidad.

 No es es raro que las personas entren y salgan de nuestras vidas. Resulta imposible saber cuantas de las que frecuentamos, a futuro, se van a materializar por completo o a convertir en fantasmas.