domingo, 30 de septiembre de 2018

¡NO!

Si me los vuelvo a encontrar en otro sueño les diría ¡NO! ¿A quiénes?, a esos personajes que me propusieron escribir gratis, que si me fijaba bien era una oportunidad que no podía dejar pasar, y a los que por pena o porque me engatusaron muy bien, les dije que sí. 

No estoy seguro si el sueño fue en un estado profundo del mismo o cuando me encontraba en un duermevela febril producto de una sesión de “dormir Netflix”.  

Como casi siempre me ocurre, no recuerdo los diálogos precisos que sostuve, o que sostuvo mi yo del sueño, que muchas veces diferente a uno, ni los rasgos faciales de mis interlocutores, que más bien eran bultos borrosos; en cambio si recuerdo el mal genio que me dio después cuando recapacité sobre ese “sí”, que les di como respuesta, enceguecido, supongo, por el afán de publicar, de ver mi nombre en un papel, de obtener validación externa por lo escrito. 

Conozco muy bien ese tipo de rabia y ahora, despierto, se me vienen a la memoria muchas ocasiones en las que no he dicho lo que estaba pensando por no querer desentonar, por caer bien, guardar la compostura, etc. 

En el sueño, o quizás en el filo que divide ese territorio y la vigilia, después de la reunión, cuando recapacité sobre la respuesta , quise caer en esa escena de nuevo, como esas veces en que parecemos dominar los sucesos del sueño y los vamos acomodando a nuestro antojo, pero no lo logré. 

Espero algún día volver a encontrarme a esos tipejos, a esos bultos de aspecto corporativo, en otro sueño, para gritarles “¡NO!” en la cara. Mientras tanto le deseo suerte s mi yo del sueño en lo que sea que esté escribiendo.

jueves, 27 de septiembre de 2018

16 minutos

Si yo fuera sinestésico, de pronto diría que el 16, en lo que se refiere a tiempo es redondo, mientras que, por otro lado, el 15, el cuarto de hora, es como la punta de una esquina, algo que, por su exactitud, encaja en cierto lugar. 

Hablemos entonces de los 16, minutos, claro está, que los encuentro más amables. Se supone que ese es el tiempo con el que cuento para escribir algo; ese algo es esto, un texto que va saliendo de algún lugar al que a veces tengo fácil acceso, y otras, como últimamente ocurre, se me es negado. 

Ahora tengo 11 minutos. La razón de, supuestamente, no tener tiempo, es porque me fije como hora para empezar a ver una película, las 10:30, pues si no la empiezo a esa hora, fijo me trasnocho y mañana debo madrugar. 

La película es una tarea para un curso de escritura que estoy haciendo, en el que estamos discutiendo la estructura dramática: Inicio, nudo, desenlace, y la debemos ver para discutir como está estructurada, analizar el minuto 33 en el que se acaba el primer acto y esas cosas. 

Esa es una película que ya me debería haber visto, de pronto ya lo hice, pero no lo recuerdo. Ocurre que no he visto mucha de esas películas que todo el mundo parece haber visto. A veces lo que pasa es que las veo por fragmentos, es decir, un día las comienzo a ver, algo ocurre que interrumpe mi sesión de película y otro día vuelvo a caer en ella mientras cambio canales desinteresadamente y continúo viéndolas; esto es solo un decir, porque sería increíble, incluso miedoso, caer exactamente en el momento en el que la había dejado. 

Voy a dejar aquí porque ya son las y 29. El minuto que queda y que ya corre, espero destinarlo a la nunca bien ponderada tarea de edición.

miércoles, 26 de septiembre de 2018

El muelle

Hoy, por unos segundos, vi la imagen de un muelle en la televisión, uno de esos grandes de feria. Estaba pasando canales y, no sé por qué, me detuve unos segundos en ese. 

Era la escena de una película, quién sabe cuál; una toma desde lejos, en la que se veían algunas personas sentadas en las bancas mirando un atardecer frio pero soleado, y se alcanzaban a oír alguno graznidos de gaviotas que se sobreponían al golpe del ir y venir de las olas sobre la orilla. 

En ese preciso instante, deseé estar en ese muelle,—nada raro o loco que tuviera que ver con ser un personaje de la película, que de pronto era sobre un asesino en serie, y que pereza cambiar la realidad por una ficción estresante, ¿no creen? —ser una de esas personas que contemplan sin ningún afán un atardecer, masticando un pensamiento tras otro, mientras se arrullan con el sonido del mar. 

Recuerdo la imagen y me da algo de envidia, pues yo al contrario de ese vaivén de olas y espuma que produce ese ruido tan apaciguante, disfruto de los ladridos y gemidos de un perro, en un edificio de parqueaderos, al que parece lo están torturando, en fin, cada quien con su paisaje, sus olas y gaviotas. 

Ahora que recuerdo la escena, supongo que quise y quiero hacer parte de ella, porque todos, en mayor o menor medida, anhelamos bajarle los cambios a la vida. Escapar de esa rutina que nos dicta qué debemos ser y hacer. 

En mi vida, solo una vez he caminado sobre un muelle, digamos, digno de película. Fue en en verano, en un pueblo pequeño llamado Conway, que mis amigos catalogaron como “La Dorada” gringa. El muelle es, en tamaño, proporcional al pueblo; una miniatura del que vi en la película, con sus banquitas blancas y su piso de tablones de madera. La paz en una estructura hecha por el hombre

Un libro, un café, una banca y un muelle: eso todo lo que pido en este momento.

martes, 25 de septiembre de 2018

Que nunca se atrofie

A usted, estimado lector, que por una u otra razón, cayó en este, mí blog, quiero decirle que son las 11:06 p.m. hora en la que me siento a escribir, perdóneme que me repita, sin un tema preciso en la cabeza el cual desarrollar. 

El tema, y no debí haber utilizado esa palabra de nuevo, es que si me quedo a esperar a que mi musa aparezca con un texto brillante, sería más bien un waiter y no un writer, juego de palabras que , claro está,  alguna vez leí y que no sería capaz de producir en este momento debido al cansancio que llevo encima. 

Creo que escribir se trata en gran parte de eso, me refiero al hecho de obligarse a hacerlo, así la cabeza parezca no tener ni media idea, pues hay ocasiones en que esos momentos de desolación creativa, por llamarlos de alguna manera, dan pie a conexiones forzadas que ayudan a producir buenos textos, o mejor, para no ponerlo en términos tan subjetivos, textos  que uno se divierte escribiendo, porque a la larga también de eso se trata la escritura, de pasarla bueno, ¿acaso no? 

Entonces por eso, ya siendo las 11:17 p.m es que sigo tecleando a ver que sale, más con el ánimo de contar algo que el de dar una opinión, pues esas nos sobran. También lo hago, es decir, lo de sentarme, lo de escribir, lo de sentarme a escribir, pues dicen, los eruditos en el tema, que la escritura es como un músculo que se debe ejercitar, de ser posible, a diario, para robustecerlo, ensancharlo, endurecerlo, creo que me hago entender, ¿cierto? 

Por eso, a pesar del sueño, me senté a escribir, porque quería ejercitar ese músculo que ojalá nunca se me atrofie; sonora palabra esa, lástima que haga referencia a algo malo. 

Son las 11:47.p.m

lunes, 24 de septiembre de 2018

El zurdo

El zurdo era un hombre acuerpado o más bien gordo, ya no recuerdo bien; puede que su contextura física hubiera sido una, la otra, o ambas al tiempo, el caso es que era grande o, por lo menos yo lo veía de esa forma. Andaba en una camioneta grande, una 4x4 y muchas veces lo vi girando un llavero con muchas llaves, en el dedo índice de su mano derecha. Siempre llevaba una camisa blanca, desabotonada a la altura del pecho y que dejaba ver un par de cadenas de oro, metida dentro de un pantalón color Caqui. Parecía que se sentía en la costa a todo rato. Yo, en el colegio, siempre desconfié de esos estudiantes que se metían la camisa dentro del pantalón.

Me imagino que en algún momento supe cual era su nombre, pero ya lo olvidé, por eso solo recuerdo su apodo: El zurdo, pero quién sabe si realmente lo era o por qué razón se lo habían puesto. 

Nunca me dio buena espina, tenía algo extraño en su mirada y parecía un tipo de 40 años encerrado en el cuerpo de un niño de colegio. También creo que nunca crucé palabra con él, esto debido a su pinta de matón. Era un tipo, creía yo, con el que era mejor guardar cierta distancia.

Una vez, muchos de mis amigos estaban en el borde de la cancha fútbol, mirando un partido de mi curso contra el de él. El zurdo que, como ya lo dije, era un tipo de aspecto pesado, en todo el sentido de la palabra, estaba en la titular del equipo del otro curso. Siempre imaginé que él decía lo que quería y todos le hacían caso, pues llevarle la contraria fijo significaba tener problemas.

Les decía que estábamos viendo el partido, yo desde un montículo de pasto que hacía sus veces de grada y otros amigos sobre la línea que delimitaba la cancha, cuando el zurdo comenzó a disputar un balón con otro jugador. Corrieron unos metros cuerpo a cuerpo y justo antes de que el balón saliera por la banda, el zurdo, sin necesidad alguna, optó por meterle un taponazo, con su pierna izquierda,  que salió dirigido hacia los espectadores.

Merchán, un gran amigo, fue quien desgraciadamente se ganó el balonazo en toda la cara, que le reventó la nariz. Recuerdo también algunas voces de protesta en contra del zurdo que, como si nada hubiera pasado y mirando mal, fue a buscar el balón para sacar de banda.

No recuerdo cuanto quedó el partido, creo que perdimos.

jueves, 20 de septiembre de 2018

El sistema

Me robaron la media pal bobo que creí haber ganado. Muchachos(as), lamento decirles, pero parece ser que el sistema siempre gana. Entiéndase por sistema el establecimiento, los que están en el poder, bien sean los políticos o las grandes empresas. 

Luego de una larga pelea con Amazon de tener muchos chats con sus agentes de servicio al cliente para alegar por un servicio Prime que me estaban cobrando y que nunca adquirí, por fin una asesora pareció dar con la solución a todo. La mujer, una tal Theena me dijo: “Mijo, tranquilo, no se estrese. Le voy a emitir una tarjeta de crédito promocional en dólares, equivalente al monto en pesos de las transacciones. 

Ya cansado de pasar de un asesor a otro, le dije que me parecía perfecto. Cómo lo escribí el otro día, empecé a fantasear con los libros que me iba a comprar. El primero iba a ser Alguien Camina sobre tu tumba, de Mariana Enríquez, un libro que una vez vi en la Lerner, en uno de esos días en los que uno hojea libros sin un peso en la billetera, y el título me engancho de una. Después, en un encuentro con Margarita García Robayo, la escritora colombiana recomendó leer a Enríquez, y últimamente el libro se me ha vuelto a aparecer de una u otra manera, ya sabemos que los libros nos llaman, y pues  es el que tengo entre ojos. 

Pero ahora tenía otra duda. ¿Cómo saber que al momento de comprar libros por Kindle me iban a debitar la compra de la tarjeta de crédito promocional, y no me la iban a cargar a mi tarjeta? 

Vuelve y juega. Otra vez me conecté, para en esa ocasión hablar con alguien que, por su nombre, supongo, estaba en la India. El afán de averiguar bien todo me entro a la 1 de la mañana, razón por la cuál mi higiene del sueño se fue al traste ese día y el siguiente. 

Después de preguntarle mil veces lo mismo para estar seguro a la persona que me atendió en esa ocasión ,me dijo que no tenía de qué preocuparme, que mis futuras compras se iban a debitar primero el saldo de la tarjeta promocional, y muy amablemente me pidió que le pasara los links de los libros que quería comprar. 

Así que en el afán le pase el link del libro del que les hablé y Los peligros de fumar en la cama, también de la misma autora. Pero la respuesta fue desconcertante. “lo siento, los libros tienen que ser vendidos directamente por Amazon”. Intenté plantear en inglés lo mejor posible y de manera decente, es decir, sin utilizar la palabra fuck, pero algo agresiva, la siguiente pregunta: “Pero qué coños quieren decir con eso? Y duré otro buen rato averiguando cuáles son los libros que puedo adquirir con mi súper tarjeta promocional, que claro está, ya no tiene ese estatus. 

La mujer me dijo que podría buscar asi: “Sold by amazon Kindle” y que mirara de los que aparecían cuáles me gustaban. 

Todo parecería estar bien, ¿cierto?, el único problema que los libros que vende directamente Amazon son una porquería, y la búsqueda solo pareció arrojar libros  de ese  género de literatura erótica que no voy a leer nunca en mi vida.

miércoles, 19 de septiembre de 2018

Higiene del sueño

Este fue el título que escribí hace un rato, luego me puse a ver televisión y lo olvidé por completo, hasta ahora que me vuelvo a sentar en el escritorio. 

“Te recomiendo que entre lo mucho que lees incluyas el tema higiene del sueño”, me dijo hace poco un médico, un tema que, supongo, hace referencia a tener buenos hábitos para dormir, ustedes saben: no trasnochar en exceso, no tomar bebidas oscuras antes de ir a dormir, no manipular aparatos tecnológicos, y cosas por el estilo, cosas que muchas veces hago. Le respondí que sí, que sonaba supremamente interesante y que lo iba a hacer. En parte respondí lo que supuse ella esperaba oír, pero en serio quería leer sobre el tema. No lo hice. 

La idea entonces era escribir sobre eso, mirar que tipo de asociaciones se me venían a la cabeza con la palabra higiene y esperar que ese fuera el punto de partida del texto. Ahora que lo leo me parece un tema aburridor, aunque puede que, como le dije a la mujer, sea interesante y que mi sueño y el de muchas personas sea un lodazal, lo más opuesto a algo higiénico que se me viene a la cabeza en este momento. 

La verdad escribo y no escribo sobre la higiene del sueño porque no tengo idea sobre qué escribir. En el momento en que me di cuenta de eso, sentí un poco de envidia hacia esos escritores que, cuando los entrevistan, afirman tener miles de ideas para desarrollar novelas, y que lo que lo único que les hace falta es tiempo para poder escribirlas. 

Me acordé lo que le dijo una vez Kurt Vonnegut a Salman Rushdie cuando le preguntó seriamente acerca de sus intenciones sobre escribir, y Rushdie le dijo que si, claro, que a eso era lo que se quería dedicar por el resto de su vida. Vonnegut le contestó: “Entonces debes saber que llegará un día en que no tendrás un libro que escribir y, aun así, tendrás que escribir un libro”. 

De pronto si ayer hubiera dormido esas 8 horas sobre las que algunos hablan con tanta veneración, hoy estaría escribiendo sobre otra cosa, sobre lo bien que dormí, por ejemplo, y lo limpio e higiénico que fue mi sueño, pero no, si hay una palabra que define lo mal que dormí ayer, debería ser “sucio”. Tal vez, solo tal vez, la higiene del sueño, en cierta medida, garantiza la generación de ideas para escribir textos fascinantes o grandes novelas; vaya uno a saber.

martes, 18 de septiembre de 2018

Condena

La cajera de una cafetería habla con un guardia de seguridad. Le cuenta que su mamá, la de ella, no le ha dicho bien qué fue lo que paso; que en la audiencia de su hermano estaba muy afectada y que lo único que hizo fue llorar y llorar. 

“¿Será que si escuchó bien?”, le pregunta el hombre. “No sé”, responde la mujer, “es que ni siquiera a los violadores los condenan por tantos años” 

“Pues por ese delito”, le contesta el hombre en un tono paternalista, “lo máximo son 4 años” 

“No sé, ella me dijo que lo sentenciaron a 12, ¿será que escuchó mal?” 

“Además esas condenas no las dan en años, sino en meses: 200 meses, tantos meses y así”, concluye el hombre. 

Cambian de tema rápido, y comienzan a hablar de otra condena que la mujer tiene, al parecer, en proceso. Ella comienza a contarle al hombre, sobre una pelea que tuvo con su pareja el fin de semana pasado: 

“Pues imagínese que llegó súper tarde. Apenas entró, dijo que iba a salir, y yo lo confronté de una, le pregunté que qué le pasaba, que por qué estaba actuando tan raro y que me dijera qué quería conmigo, mejor dicho, qué era lo que esperaba de nuestra relación.” 

“Yo ya sé que conoció a otra vieja, y le pregunté: ¿Con quién se anda viendo?, pero se quedó callado y al final me respondió: “Si me va a molestar mejor me voy, y agarró las llaves de la moto y el casco, pero yo le dije que si iba a salir, que se fuera en bus o Transmilenio y que dejara la moto. Al final tiró el casco sobre la cama y me dijo que no lo esperará, que se iba a quedar donde la mamá”. Fijo se fue en la moto. 

“Qué inmaduro es” agrega su interlocutor pisando las palabras de la mujer. 

“Si. duramos unos días sin hablarnos y al final me llamó para decirme que, si lo nuestro debía terminar pues debía terminar, pero que de todos modos yo nunca iba a saber todo lo que me había querido. Que qué lástima que las cosas hubieran acabado de esa manera Desde ese día no nos hemos vuelto a hablar.”

lunes, 17 de septiembre de 2018

Dios y Chaquete

El conductor me pregunta algo y le respondo con naturalidad; me sorprende el modo conversador en el que me encuentro. Luego me cuenta que está muy feliz porque le salió mi carrera que ahora, supongo, es suya o nos pertenece a ambos. 

Me dice que llevaba más de dos horas parqueado y que nada de nada. “No sé, hay días, como este, en los que las cosas no le salen a uno”. Se le nota el desgano en su voz; lo único que se me ocurre contestarle es una frase de cajón, con la que le doy la razón, ustedes saben algo por como: “Las cosas pasan por algo” o cualquier frase de ese estilo. 

Unas cuadras adelante, después de romper el hielo que suele separar al conductor del pasajero o, más bien, a cualquier par de extraños, nuestro tema de conversación toma un desvío hacia el terreno de la religión. No sé como llegamos a él, supongo que lo que hablamos al principio, eso de que a uno a veces le va bien y a veces mal, tiene mucho que ver con la fe o con lo que entendemos por ella; en definitiva, con ese deseo que llevamos encima de que todo nos salga bien, por el simple hecho de que nos consideramos buenas personas. 

El hombre me cuenta que ayer transportó a un señor. “Un cristiano debía ser, lo digo por su vestimenta. Parece que iba a dictar una conferencia o algo así. Se supone que yo soy católico-apostólico-romano—dijo las tres palabras rápido como si fueran solo una—pero la verdad no voy a misa ni nada de esas vainas. Respeto mucho todo eso, y creo en Dios y todo, pero pues así son las cosas." 

Lo dejé hablar sin interrumpirlo, básicamente porque no me gusta hablar de religión y porque me quedé pensando en lo de católico-apostólico-romano, lo cual se supone que también soy. 

“Vea que cuando vino el Papa, yo lo vi de lejos; vi como levantaba un brazo. El hombre me cae bien porque inspira mucha paz y confianza, ¿cierto? Yo tengo un hijo que es bien ateo, pero anda con una noviecita muy creyente, y ella lo obligó a que fueran a verlo. Mi hijo me contó que la paz que sintió cuando el Papa pasó en frente de ellos fue muy chévere.” 

Luego tan fácil como caímos en el tema de la religión, nos pasamos al de las apuestas, de pronto porque ambos están más cerca de lo que parecen o, simplemente, porque todo en esta vida está conectado de extrañas maneras. 

El hombre me contó que toda la vida le ha gustado apostar, pero que no lo considera un vicio, porque apuesta pequeñas sumas y no va al casino. “¿Entonces dónde apuesta?”, le pregunté”, y me contó que conoce un lugar, un local o una casa, nunca me quedó claro, donde varias personas se reúnen a jugar cartas. 
“¿y que juegan?”, le pregunté. “Pues hay muchos juegos, pero el que a mí me gusta es el Rummy", del cual me da una pequeña explicación de cómo se juega; en un momento me pierdo en sus palabras, pero igual asiento con la cabeza. 

“Otras veces juego Chaquete, ¿lo conoce?”, le digo que no. “Es como el Bagamon”, dice. Supongo que es el Backgammon, que he oído nombrar en algún lado, y que tampoco conozco. “Venga le muestro cuál es”, concluye, mientras lo busca en el celular. “Mire es este”, y comienza a teclear con el dedo índice, pero la luz que da sobre la pantalla no me permite ver nada; igual hago el papel de estar viendo todo muy claro. 

“Es Bagamon, pero también se le llama chaquete. Hace rato no voy a jugar; las últimas veces he perdido; en una perdí como 80.000 mil pesos, y además siempre que voy mi mujer se pone brava porque dice que me estoy enviciando”, y cuando termina esa frase suelta una ligera risa. 

En ese momento llegamos a mí destino. Me despido del hombre y le deseo un día con muchas carreras. 

“Muchas gracias, me dio mucho gusto llevarlo”.

sábado, 15 de septiembre de 2018

Este día

Si este, el del “amor y la amistad”. ¿Acaso debería estarlo celebrando, bien sea por lo uno o lo otro, en vez de estar encerrado en mí casa escribiendo esto? Puede que si como puede que no; bien sabemos que es difícil afirmar algo con precisión sobre esta vida. 

Imagino que existirán algunos que adoran esta fecha, y esperan su llegada con ansias para celebrarlo con sus parejas, o esa persona que quieren que sea su pareja o con quien creen que lo es. Están también esos otros que despotrican de ella con ganas, esos que dicen que es un invento para hacernos consumir más y no sé que otro pocotón de cosas. No me importa ninguna de las dos posiciones, que cada uno haga con este día lo que le dé la regalada gana. Por mi parte hace rato le perdí la fe a esta fecha 

El primer sinsabor, por decirlo de alguna manera, ocurrió hace mucho tiempo cuando estaba en la universidad y solía salir con frecuencia, dizque a “rumbear”. Hágame el favor semejante cosa tan ridícula, en fin, es una posición, quizá tara, personal, y no tengo nada en contra de aquellos que les gusta ir a bailar, y a tomar trago en cantidades exuberantes. 

Les decía que el prime revés ocurrió en aquella época. Ese día, un sábado recuerdo, íbamos a salir con un grupo de amigos a un bar, discoteca, chuzo, sitio, lugar, boliche, antro, cuchitril, llámelo como quiera estimado lector, y efectivamente así ocurrió, pero ese día los astros se alinearon para que a mi novia de ese entonces le diera por terminarme justo en ese día, luego de unas horas de rumba. No sé por qué espero tanto tiempo para decirme que quería terminar, es decir, por lo menos me habría podido ayudar a que me ahorrara la platica que me iba a gastar ese día, ¿no? 

El segundo revés ocurrió muchos años después con una mujer que conocí en el matrimonio de un amigo. Duramos saliendo varios meses, y el sábado de la celebración, me pidió que la acompañara a comprar unos zapatos. “Que pereza de plan”, pensé, pero la vieja me gustaba, así que le dije que sí, que con ella hasta el fin del mundo. 

Fue en la tienda de zapatos, un local de Bosi, recuerdo, donde, algo incomoda, me soltó la siguiente perla después de darle un beso: “Mira, lo que pasa es que yo te correspondo los besos, únicamente para no hacerte sentir mal”. Me emputé, claro está, y recuerdo que, en defensa de mis sentimientos, incluí las palabras “mendigar amor” en mi respuesta, un pataleo poético que no sirvió para nada. 

El tercer y último revés, digo último no porque no pueda ocurrir otro, sino porque ya no me esfuerzo en lo más mínimo por celebrar este día, fue hace unos dos años. Llevaba saliendo con una mujer cierto tiempo, y se avecinaba la celebración, y tenía en mente invitarla a salir. La llamé entre semana, confiado de que me iba a decir que si, pero su respuesta, en medio de una risita canalla, fue la siguiente: “Oye, pero es que tu y yo ya hemos salido mucho”. “Pues acaso no se trata de eso tarada, de salir?”, fue mi respuesta mental; aún no llego a ese nivel de patanería en la vida real. 

De pronto lo que debo hacer es revelarme contra el sábado en el que siempre se celebra la fecha, pues es un día que, al parecer, no me funciona para esa celebración, aunque ya les dije, es difícil afirmar algo con precisión sobre esta vida.

miércoles, 12 de septiembre de 2018

Walkabout

Hoy alguien me acercó en carro a mi casa, pero el lugar en el que se acabó el aventón seguía estando muy lejos de ella. Comencé a caminar, teniendo en mente parar un taxi, pero me distraje con un par de pensamientos y cuando me di cuenta, ya había caminado un buen trecho y había llegado a una carrera principal. 


Estaba haciendo frio y unas gotas rebeldes se negaban a quedarse en las nubes, y en ese momento sentí que era un buen momento para un walkabout, canción que siempre se me aparece en la mente cuando me dispongo a caminar varias cuadras: 


“I think I'll go on a walkabout
And find out what it's all about
And that ain't hard
Just me and my own two feet
In the heat I've got myself to meet” 


Un estudio de la universidad de Stanford demostró que los niveles de creatividad aumentan con las caminatas, porque el ejercicio mejora la circulación de sangre hacia el cerebro y aumenta la actividad del hipocampo, una región del cerebro crítica para aprender y la creación de nuevas memorias. 

Y es que caminar creo yo, es otra de las pocas actividades que nos obligan a rumiar pensamiento tras pensamiento, una prima hermana, quizá, de ducharnos, otro momento, como ya lo he dicho, en el que estamos solos, sin ninguna distracción a la mano. 

Me gusta caminar más por ver a las personas que por hacer ejercicio. Hoy, varias de las que no llevaban sombrilla, caminaban de afán, como si las gotas que estaban cayendo fueran de lluvia ácida, que no sé bien qué es, pero siempre me imagino que si nos cayera encima ese tipo de lluvia, nos derretiríamos. 

Hoy yo, a diferencia de otros días, no me encontraba ácido y estaba en paz con el mundo, así que en ningún momento me preocupé por mojarme un poco. 

En cierto punto de la caminata vi a un vendedor ambulante barriendo el agua que había dejado el aguacero previo, en el lugar donde tenía ubicado su carrito. La empujaba hacia la calle con una escoba. Parecía una tarea de nunca acabar, pues por más que barría y barría esta volvía a aparecer como si nada 

Después de un tempo vi a una mujer con un vestido rojo enterizo y ceñido al cuerpo, que resaltaba sus curvas, caminando a unos 25 metros delante de mí. Me entró un afán tonto de querer verle la cara, y decidí apresurar el paso, pero nunca logré acortar la distancia que nos separaba, así que abandoné la tarea hasta que la mujer entro a un supermercado y la perdí de vista para siempre. 

En medio de la caminata también me llego el olor de un cigarrillo, de un hombre que paso por mi lado muy cerca y que se lo había acabado de llevar a la boca. 

Fue así, en medio de esa contemplación desinteresada, que la caminata no se me hizo tan larga. No se me ocurrió ninguna idea brillante, pero disfrute de un momento de paz que, creo, es importante.

martes, 11 de septiembre de 2018

Media pal' bobo

Así decía Gonzalo, un amigo de mis padres con el que jugaban cartas seguido, cuando robaba una carta que le permitía bajarse, o cuando el juego suyo o de los otros, le favorecía. 

Yo en ese entonces tenía 5 años, pero esa frase se me quedó grabada desde la primera vez que la escuché. Gonzalo tenía otros dichos que a mí me parecían buenísimos, como: “Choque esos cinco claveles, Juancho”, mientras estiraba su mano para chocarla con la mía, saludo que únicamente utilizaba conmigo y que me hacía sentir importante. 

Siempre que la vida me sonríe con giros positivos, aplico esa frase, pues me parece más precisa que cualquier otra. 

Desde hacía varias semanas venía peleando con Amazon por una subscripción a su servicio prime, que me habían cargado a la tarjeta de crédito. La primera vez que me puse en contacto con la empresa, me atendió un tal Charles, y me pidió todos los detalles de la transacción y luego de más de medía hora de conversación, me dijo que alguien de la empresa me iba a llamar. Nunca ocurrió nada. 

Días después me puse en contacto nuevamente con servicio al cliente, y en esta ocasión me atendió Aakaksha que, por su nombre, imagino, conversaba conmigo desde la India. 

Luego de volver a repetirle todo, me dejo hablando solo en la ventana del chat, hasta que la conversación finalizo porque me aburrí de escribir, y luego Raagini la retomó. Él, estaba muy perdido y quería que le volviera a contar todo. Cerré la ventana del chat con rabia y maldije a Amazon, a Aakaksha a Raagini y a Charles, y me los imaginé a los tres en su momento de descanso, en una cafetería, burlándose del caso de ese colombiano al que le habían cobrado una suscripción a Prime. ¡Malnacidos! 

Hoy volví a intentarlo, era mi última oportunidad. En el chat calló Theena, una mujer, supongo, quién me saludo muy amablemente, y me preguntó que como estaba, pero yo entré con los taches arriba y le respondí que de muy mal genio. 

“Lamento mucho escuchar lo que le paso, pero no hay problema permítame ayudarle” 

“Espero que sea verdad, todos han dicho lo mismo”, soy bueno para hacer de mártir. 

Me preguntó por la información del caso y pegué toda la conversación que sostuve con el tarado de Charles. 

“¿Me puede dar la descripción de las transacciones, su monto y fecha?” 

“Señorita, esa información está en el texto que acabo de pegar, ¿para qué me pide información si no la va a leer?” 

“permítame leer esa conversación.” 

“Bueno.” 

Seguimos en ese rifirrafe comunicativo por un tiempo, hasta que Theena se cansó, o me dio la razón y me dijo: “Le voy a emitir un crédito promocional equivalente al valor de las transacciones. ¿Qué le parece eso?” 

“Perfecto, muchas gracias”, respondí, mientras hacía cálculos de cuántos libros iba a poder comprarme con ese dinero.

Media pal’ bobo.

lunes, 10 de septiembre de 2018

Colar ideas

Un día, hace unos dos años, cuando llegué al cuarto luego de salir de la ducha, agarré la libreta que estaba llenando en ese entonces, junto con un esfero y me tumbé encima de la cama aún con la toalla en la cintura a escribir a toda velocidad. 

El motivo de ese impulso se debió a que se me había ocurrido un tema sobre el que escribir mientras me duchaba, y tenía miedo de olvidarlo si no lo registraba de inmediato. Ese día mi musa, bien sabemos un ser escurridizo, estaba completamente despierta y a mi disposición. 

Apenas tomé el esfero con la mano, comenzó a dictar el texto a una velocidad superior a la de mi escritura. Recuerdo que, a manera de acuerdo, lo titulamos “Lágrimas”, y trataba sobre una foto de la guerra de Siria que había visto en un periódico. Ese día también me sorprendió el haberle permitido usar la segunda persona como el punto de vista del escrito, uno que, creo, se debe emplear con pleno uso de conciencia. 

Desde ese día no me ha vuelto a ocurrir eso, es decir, la musa no me ha vuelto a dictar con tanta claridad un escrito y entonces me toca colar las ideas que, la mayoría de las veces, llegan en desorden. 

En ocasiones me quedo esperando a que el ser fantástico de indicios de vida, pero nada ocurre, mientras las ideas se aposentan en el fondo de la mente, si es que esta tiene uno. 

Allí se quedan por un buen tiempo, y se van mezclando con otras ideas. En el momento en que me siento a escribir, con o sin musa, supongo que es un momento similar a cuando cuelo una bebida, digamos, el café, con la diferencia que en este caso el residuo es lo que funciona.

viernes, 7 de septiembre de 2018

Luisa

En la vida uno se cruza con muchas personas con las que apenas se intercambian unas cuantas palabras, unas con las que uno muy rara vez toca temas trascendentales, y las conversaciones que sostenemos con ellas, si no se hace un gran esfuerzo, agonizan después del saludo. 


A veces esas personas nos caen mal y esa, imagino, es una de las principales razones de que eso ocurra, pero otras veces, aunque uno sabe que la persona es buena gente, las interacciones no traspasan la formalidad del saludo. 

Luisa era una de esas personas; una mujer menuda, que tenía el pelo negro y muy crespo y que siempre andaba con una sonrisa de oreja a oreja. Era una de las pocas personas que se dirigía a mí por mis dos nombres, pero siempre que yo necesitaba algo, digamos una explicación de alguna materia o que me prestara sus apuntes, Luisa siempre me ayudaba. 

U par de años luego de haberme graduado, me enteré de que Luisa se había suicidado, debido, según me contaron, a una depresión posparto. La noticia me impactó mucho por un momento, pero luego de un tiempo la olvidé. 

Ahora me encuentro a Luisa seguido, es decir, no vayan a pensar nada extraño o de tipo paranormal; a lo que me refiero es que desde que me enteré de su muerte muchas veces he visto mujeres que me la recuerdan, bien sea porque son parecidas físicamente, gesticulan de forma similar o tienen un tono de voz parecido. 

Hoy me la volví a encontrar. Esta vez era una mujer con el mismo tipo de pelo, pero muy alta. Me quede mirándola fijo a sus ojos por unos segundos, para ver si tenía algo por decirme desde el más allá estando acá, pero la Luisa de esta ocasión volteó la cara hacia otro lado de forma despreocupada. Supongo que, sin darnos cuenta, nos repetimos constantemente en los otros.

jueves, 6 de septiembre de 2018

Reglas

Lo mejor sería pensar que nada tiene reglas, pues estas, de una u otra manera, están relacionadas con lo que está bien y lo que está mal; entonces uno las sigue para, supuestamente, hacer lo correcto, pero ¿quién carajos dictamina eso, es decir, donde está ese manual que indica qué es lo que está bien y lo que está mal?, como siempre todo se resume al punto de vista y ya. Algo que es bueno para unos es malo para otros, y lo mismo ocurrirá, supongo, con las reglas; unos las siguen ciegamente y otros no les ponen tanta atención, o simplemente se las saltan por llevar la contraria, por ser rebeldes. 

El año pasado tomé un curso de escritura creativa que, la verdad, no me pareció nada del otro mundo. De pronto es que soy muy exigente y espero que el que lo dicte sea juan José Millás. De hecho, averigüé si el escritor español tenía algún curso online, le escribí a una institución que dicta cursos de escritura en Madrid con escritores de renombre preguntándoles por el curso de Millás, y me dijeron que no tenían ningún curso de él y que nunca había dictado uno con ellos, que vergüenza, en fin. 

Los profesores del curso que mencioné son personas con estudios literarios, no novelistas consagrados, pero dictan un curso de escritura, entonces digamos que están unos escalafones más arriba que yo, por decirlo de alguna manera, en el mundo de la escritura, si suponemos que, para quienes nos gusta escribir, existe un sistema de puntos, y que dictar un taller de da cierta cantidad de estos. 

En una de las clases hablaron sobre errores comunes de los principiantes a novelistas y uno de ellos era que las novelas que tuvieran, ya no recuerdo qué cantidad, de adverbios terminados en mente: dulcemente, comúnmente, ágilmente, etc. las descartaban de primerazo en los concursos de novela. Tampoco recuerdo la razón a la que aducían para afirmar eso, pero me pareció una regla tonta.

En mi imaginario, la escritura no tiene fórmulas que aseguren el éxito de un texto, sino que simplemente (ojo al adverbio terminado en mente), todo depende del uso del lenguaje por parte del escritor y del ritmo como decía Virginia Woolf. Por ejemplo, ¿cómo saber que Sostiene Pereira de Antonio Tabucchi, una novela que repite hasta el cansancio su título, iba a funcionar?.

Eso es lo chévere de la escritura, que más allá de la ortografía y puntuación, todo es válido. Otra tema es el gusto por un escrito, del que no se toca nada en este arrume de palabras.

miércoles, 5 de septiembre de 2018

Halagos


“Su último libro ha recibido muy buenos comentarios, ¿a que cree usted que se deba esa avalancha de éxito?”, le pregunta la periodista. 

“Avalancha de éxito” repite García en silencio; le parece inapropiada la figura. García Cifuentes, escritor, ha recibido muchos halagos por La ventana oscura”, su última novela. Antes de aventurarse a dar una respuesta, le gustaría preguntarle a la mujer, que sostiene un micrófono sobre el que contrastan unas uñas pintadas de un rojo oscuro intenso, qué entiende ella por éxito, que por favor le explique, pues él, la verdad, no tiene idea si se puede llegar a un consenso sobre ese término tan escurridizo. 

La mujer, que ahora se dirige a la cámara continúa hablando. 

“Entre los múltiples comentarios que le han hecho se destacan: “Un dominio narrativo único”, “La mejor novela de la última década”, “Cifuentes tiene un dominio ejemplar del lenguaje”; ¿qué me puede decir al respecto?”, concluye mientras voltea a mirarlo. 

Cada vez que concede una entrevista y le preguntan o le piden alguna opinión sobre lo que la crítica anda diciendo de su última obra, Cifuentes sonríe incomodo y trata de cambiar de tema lo más rápido posible. 

En esos momentos, gracias a los Beatles, a Lennon para ser preciso, siempre le viene a la mente la frase: “Hapiness is a warm gun”, y Cifuentes piensa: “De ser así, los halagos, entonces, son un arma afilada, que contrario a pinchar se esfuerzan en pulir el ego.” 

A Cifuentes le agradan los halagos, ¿acaso a quién no? Oírlos le sienta bien, y le producen, no sabe bien si satisfacción o felicidad; por eso da las gracias y sonríe, mientras sus oídos se llenan con palabras dulces y le estrechan la mano de forma, cree él, sincera. 

Luego, cuando todo se acaba, le quedan rezagos placenteros por un tiempo, y a veces se cree superior en lo que sea que hace, escribir se supone, pero tanto halago lo distrae, "que fácil es perder el rumbo", piensa Cifuentes. 

Cuando se deja llevar por esas sobredosis de dopamina, Cifuentes lucha para caer en cuenta de que en verdad él no es nadie o, mejor, que la única competencia que tiene es él mismo.  Que si, que es fabuloso complacer a otros con sus novelas, pero que más allá de eso, su oficio es su forma de salvación, la única manera en la que logra saldar cuentas con el mundo y la vida, con lo que fue, es y  no ha sido.

“I need a fix 'cause I'm going down 
Down to the bits that I left uptown” 

martes, 4 de septiembre de 2018

Leer o escribir

Leer o escribir, esa es la cuestión.  

Muchas veces me pongo a pensar en eso, ¿Qué tanto, en términos porcentuales tiene un escritor de lector o viceversa? Entonces a veces entro en ese dilema, en qué debo hacer, si leer o escribir; actividades que, claramente, se nutren la una de la otra. 

Todo se resume, creo yo, a una mera cuestión de sentimiento, es decir, por un motivo u otro uno escoge, en un momento determinado, una actividad sobre la otra. 

El otro día, por ejemplo, en la tarde y antes de una reunión, disponía de una hora libre. Podía leer o escribir; en cuanto a lo segundo era más bien bocetar un ejercicio de escritura creativa basado en la creación de una historia en segunda persona a partir de una imagen; me decidí por lo primero. ¿Por qué? es difícil de explicar, supongo que lo más sensato es decir que lo hice porque me dio la gana. 

Más tarde, cuando llegué a la casa me senté a escribir el ejercicio en caliente y creo que el texto que produje fue mejor que si lo hubiera planificado de alguna forma, aunque la verdad eso es más bien mentira, porque, ¿cómo saber que habría sido peor eso que no escribí? 

Me aventuro a decir que cada texto tiene su tiempo, y que lo encuentra a uno cuando debe ser. 

A la larga no importa mucho descifrar qué es más importante, pues son actividades que van de la mano, y la falta de una o, más bien, una ausencia prolongada, creo yo, afecta a la otra. 

El dilema entonces se resuelve de forma sencilla; es una cuestión de momentos: A veces uno es 100% lector y otras 100% escritor, no se diga más, por lo menos no en este texto.

lunes, 3 de septiembre de 2018

La mapa

Hoy, en clase, el profesor hizo una dinámica en la que debíamos pasar por diferentes mesas explicando algo, al tiempo que debíamos recibir preguntas al finalizar nuestra presentación. El ejercicio me recordó a Björn. 

Hace unos años me obsesioné con el idioma alemán, y quise comenzar a aprenderlo lo más rápido posible. Primero lo tomé como electiva en la universidad y luego, cuando entré a trabajar, me metí a clases más formales, por decirlo de alguna manera. 

El profesor del primer nivel se llamaba Björn, un mono oji-claro más blanco que la leche y de actitud noble. Él, sin no estoy mal, era suizo y sabía poco, más bien nada, de español. Mis compañeros de clase y yo estábamos emocionados porque nuestro primer contacto con el idioma iba a ser a través de un hablante nativo. 

Comenzar a aprender un idioma nunca es fácil y constantemente caíamos en el error de traducir literal del español, lo que queríamos decir en alemán. En medio de esos primeros pasos lingüísticos solíamos preguntar: “¿Y si quiero decir esto o lo otro en alemán, cómo sería? 

Björn le ponía atención a todas las dudas que nos surgían, pero como no sabía español, sus explicaciones aparte de confusas, solo eran en alemán. 

Algo que se nos quedo grabado fue la confusión que tenía con los artículos femenino y masculino para algunas palabras en español; inconveniente que, supongo, tenía que ver con los artículos alemanes der, die, das. En una clase Björn no se cansó de decir La mapa: la mapa esto, la mapa aquello, etc. 

En otra ocasión, en una clase que estaba intentando explicar la conjugación de verbos, Björn tuvo la brillante idea de conformar grupos de 3 personas y cada grupo debía pasar por las otras mesas verificando que todos hubieramos aprendido bien la lección. La dinámica fue un desastre porque si alguien tenía alguna duda, nadie se la podía solucionar. 

En medio de todo, era un buen tipo el tal Björn.