Volví a la FilBo.
Siempre pienso: “Este año no voy a comprar tantos libros, ¿para qué atiborrarse de libros de un tacazo si los puedo comprar en una librería en cualquier momento ?”, pero cuando apenas pongo un pie en el primer pabellón que visito, me olvido de eso.
“Ayer que fui a la charla pasé por un pabellón y me dio una alegría, una emoción ja. Es una cosa rara la sensación de la FilBo”. Nos dijo C., una amiga, por un chat, y es verdad, la Filbo siempre emociona.
Como siempre, visito la feria sin ningún libro en mente, y deambulo por ella sin una intención precisa.
El primero que escojo es Las intermitencias de la muerte de Saramago. Pienso que el escritor Portugués es de esos autores con los que uno siempre va la fija y me gusta mucho cómo maneja el absurdo. Hacía poco había leído unas notas que tomé de su novela El Hombre Duplicado y por eso me llamo la atención su libro en el que la gente deja de morir.
Ya no recuerdo bien el orden de compra, es decir, cuál fue el segundo que decidí llevarme. Creo que fue Mis últimos 10 minutos y 38 segundos en este extraño mundo de Elif Shafak, porque me cautivo su premisa: “El cerebro permanece activo unos 10 minutos después de que el corazón deja de latir”.
En otro stand me topé con Malabarista Nervioso, un libro de cuentos de Luis Miguel Rivas. De este autor había leído Era más grande el muerto, y me gusta porque habla de eventos cotidianos de barrio y ciudad.
Luego miré el celular y María, una paisa a la que le encanta leer y a la que le había pedido una recomendación, me había escrito lo siguiente: “Hamnet, que no he leído, pero lo quiero leer”.
En el pabellón de caricatura aproveché para comprarme un separador y escampar de un aguacero que, afortunadamente, fue express. Luego me metí en otro pabellón cercano y me puse a mirar una sección de literatura colombiana.
Había varios libros de Santiago Gamboa. Antes había pensado comprar Colombian Psycho, su última novela, pero al final no lo hice. En este lugar hojeé El síndrome de Ulises y leí la contraportada. Nunca he leído nada de ese autor, así que entre de nuevo al chat , pues días entes M, el esposo de C., me había recomendado unas novelas de Gamboa, entre las que se encontraba la que había tomado.
Luego, caminando desprevenido, se me apareció Hamnet y decidí que era una señal del destino y también la llevé.
Antes de seguir este recorrido desordenado, debo contarles que también había comprado Escribir de Marguerite Duras, pues me gustan esos libros en los que los escritores hablan de su oficio.
En ese punto ya me dolían los pies de dar tantas vueltas y solo me quedaba ir al pabellón de México, el país invitado. Allá le pregunté a uno de los vendedores en que lugar estaban las novelas y luego de que me indicara me puse a mirar los libros, pero ninguno me llamaba la atención. Cuando creí que no iba a encontrar nada, apareció el libro de Crónicas completas de Clarice Lispector, que no sé por qué estaba ahí, pues la escritora es brasilera.
De ella había leído En estado de viaje, Otro libro de crónicas y una, que trata sobre unos bailarines de flamenco me preció brillante. Lispector también era muy buena narrando lo cotidiano. Al final decido llevar ese libro porque también cumplía con mi teoría de precio y volumen: a mayor precio mayor número de páginas.
Larga vida a la FilBo.
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