Han sido días extraños.
Hoy, armado con un tapabocas, salí a comprar unos medicamentos. Todo se veía tan normal: hacía sol, había bastante tráfico y personas riendo y charlando a menos de un metro de distancia las unas de las otras. Todos íbamos por ahí como tratando de aparentar que no pasa nada, pero a lo mejor si somos conscientes, solo que nuestra conducta, en apariencia tranquila, es un mecanismo de defensa inconsciente para no alimentar el pánico colectivo.
Cuando llegué a la droguería, pensé en comer algo, pero ¿qué en ese lugar, aparte de vitaminas? En las droguerías deberían vender empanadas.
Me puse a pasear los estantes buscando lo que necesitaba, pero en ese lugar siempre me ocurre lo mismo que en los supermercados: nunca encuentro nada y tengo que preguntarle a uno de los empleados en dónde están los productos que busco.
Una mujer de ojos negros intensos, y que llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y un tapabocas, me dio las indicaciones. Eran unos ojos con pestañas largas, y mientras la mujer me hablaba, intenté imaginar cómo era la porción de su cara que se encontraba cubierta.
Luego, cuando me dirigía hacía la caja, me tope con un estante que tenía paqueticos de maní. Me puse a buscar uno de arándanos, que me gusta por la combinación de dulce y sal, pero no había. En la otra mitad del armazón de ganchos que sostenían los paquetes, todavía quedaban unos con ajonjolí, y otros bajos en sodio. Me imagine a un comprador compulsivo que arrasó con los paqueticos de maní que yo estaba buscando y lo maldije en silencio.
Cuando me dirigía hacía la caja, en otro lugar y en una disposición similar a la de los paquetes de maní, se encontraban en exhibición cajas de condones. Los había de todos los tamaños, colores, sabores, texturas, en fin. A diferencia del maní nadie, al parecer, se ha preocupado por comprar ese producto, tan importante en está época donde toca quedarse en casa y las actividades comienzan a escasear.
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